Todos los amateurs hemos tenido épocas malas y buenas practicando golf, las malas se terminan superando y las buenas, confiamos que se queden con nosotros. Cuando llevamos una buena temporada jugando bien, —¡Es fantástico!; —¡Ciertos golpes ya los tengo dominados! Nuestros amigos nos elogian: —¡Estás que te sales!; —¡De ésta, otra bajadita de hándicap! Y sonreímos disfrutando de las mieles del éxito, ¡Qué bonito es el golf!
Sin embargo, llega un día cualquiera sin esperarlo y —¿Qué pasa?, ¿por qué no me sale nada?, ¡pero si este golpe me salía genial ayer mismo!, ¡Hemos entrado en crisis! Sí, no hay que alarmarse pero estas cosas pasan, a todos nos pasan.
Yo siempre he afirmado que el golf nos pone en nuestro sitio, me explico, cuando hemos hecho los deberes entrenando a menudo, queremos creer que algo bueno tiene de llegar, nos hemos esforzado, por lo que esperamos recompensa. Pero en golf no siempre es cuando queremos, sino cuando quiere nuestro amado deporte.
Y es que, para los amateurs, el golf es el deporte de la humildad. Aunque a veces creamos que somos buenos jugándolo, él nos dirá lo que realmente somos: Apasionados entusiastas y fervientes admiradores con infinitas ganas de dominarlo.
Y esto es así porque en el campo salen todas nuestras desdichas: Cuando damos un gancho, cuando no conseguimos sacar del bunker la bola hasta el cuarto golpe, cuando tiramos al agua la pelota varias veces seguidas. Y pensamos: —¿merece la pena tanto sufrimiento?, porque se sufre, y mucho.
Lo ha vuelto a hacer, el golf nos ha puesto en nuestro sitio. ¡Qué duro es el golf!. Y es que hay que ser muy humilde para reconocer que solo somos devotos de este deporte, olvidémonos de nuestro hándicap, ya que no es símbolo de status, pues sólo refleja que un día hemos jugado mejor que el resto.
Y, por cierto, la respuesta a la anterior pregunta sobre si nos merece la pena ese sufrimiento es un si rotundo, un si con mayúsculas. Porque con el golf, además de lo técnico, aprendemos a superar ciertos miedos, a controlar nuestra mente, a aprender de sus valores y a valorar lo que nos enseña para crecer como personas.
Todo eso, la mayor parte de las veces, se produce en el marco incomparable de un día soleado rodeado de naturaleza, mientras tratamos de mejorar en nuestro juego, entre amigos y con una sonrisa en los labios provocada por ese sentimiento de felicidad que produce ver, aunque solo sea de vez en cuando, el vuelo “perfecto” de la bola. El resto, sufrir o no, asumir lo que somos o no, encajar los fracasos o no, eso lo decidimos nosotros.